Las indomables caderas de la hechicera embelesan mi deseo.
La mirada infinita de sus ojos negros gobierna un baile anestésico y las melodías
de su seducción ensoñadora me acunan en su ilusorio regazo. Hipnótico de su
sed, la dulce cicuta despista al amante de la bebida prohibida. Mantras
colectivos se apoderan del néctar de mi placer y en el sudor frenético de una
respiración incontrolada estalla la serpiente de ojos encendidos.
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